lunes, 20 de agosto de 2018

SABIDURÍA ZEN PARA LA VIDA COTIDIANA

SABIDURÍA ZEN PARA LA VIDA COTIDIANA
Cómo hallar la serenidad en un mundo vertiginoso
Brenda Shoshanna / Ed. Oniro Barcelona 2005






              El zen es la práctica de regresar a nosotros mismos. 
De despertar, de saber cuando fantaseamos y cuando estamos aquí y ahora.



Cuando seamos capaces de conocer los hechos de nuestras vidas, nos liberaremos del tormento en que nos hallamos. 
Cuando podamos soportar la realidad pasará el sufrimiento. 
El dolor podrá existir pero solo será dolor. 
El sufrimiento es lo que añadimos al dolor. Es la negativa a experimentar la vida tal cual es, momento a momento. 
Son las numerosas capas de patrañas y ficciones que le añadimos a lo que nos enfrentamos.





PARA ENDEREZAR A OTRO, PRIMERO HAY QUE HACER OTRA COSA MÁS DIFICIL: 
ENDEREZARSE  A  SI MISMO





ALLÍ DONDE ESTÁ NUESTRA ATENCIÓN,
 ESTÁ NUESTRA VIDA Y NUESTRA ENERGÍA.




Mientras hablamos, trabajamos, limpiamos o realizando cualquier otra actividad, detengámonos un momento. 
Fijémonos atentamente en dónde estamos y en la respiración. 
Retiremos la atención del mundo exterior y sigamos la respiración. 
Hagámoslo al menos tres veces al día.




No nos preocupemos por quienes deberíamos ser.
Hemos de descubrir primero quienes somos.



Cada tarea por banal que parezca debe ser hecha con el mayor cuidado y esmero, de manera impecable, sin ninguna prisa por pasar a la siguiente.
Una tarea no es más importante que otra.
Igual que las personas.
Las aves, los insectos y los animales también merecen una atención y respeto equiparables.
Toda la vida es igual de valiosa.
Tampoco se debe hacer nada esperando una recompensa. 
Eso es añadir un suplemento que provoca angustia si no se da.


No hacer nada requiere una gran energía vital. 



Cuando una persona vive sometida a la presión de tener que lograr siempre algo, se está transmitiendo un mensaje sutil: 
que esa persona no es suficientemente valiosa por sí misma, que el amor y el valor deben obtenerse. 
Eso nunca se experimenta como amor.


Por muchas alabanzas que pueda recibir alguien así, en lo más profundo de su ser, sentirá que solo interesan sus logros, no él en sí mismo.


La satisfacción obtenida a partir de resultados específicos resulta transitoria y depende de las circunstancias. No hay que depender de los resultados para sentirse plenos. Los esfuerzos no reportan la verdadera perfección.
Cuanto más nos enfrentamos a la frustración, la confusión y la soledad, más tendemos a buscar métodos complicados para aliviarlos. Las soluciones se vuelven más sofisticadas, añadiendo capas a nuestro sufrimiento. Olvidamos el problema original y nos quedamos atrapados en un laberinto de dilemas provocados por las propias soluciones.




La gloria ya está presente en cada momento de la vida. 
Vivir ya es gloria. 
Realizar esfuerzos a fin de ser más que los demás es errar.



AQUIETAR LA MENTE SIMIESCA

La mente simiesca es la parte de nosotros que está siempre inquieta, saltando de una cosa a otra, parloteando sin descanso, deseando, temiendo, presa de la insatisfacción, malbaratando todo lo que tiene a mano. Enjuicia, rechaza, desordena y está siempre convencida de que solo ella tiene la razón. 
Nos va aprisionando lentamente en una jaula sin barrotes. Cuando la mente simiesca adquiere un poder real, no podemos comer bien, ni dormir, ni amar, ni reír, ni volver a descubrir la belleza o el significado de la vida.



¿De dónde sale la mente simiesca? 
Está dirigida y alimentada por tres venenos: 
codicia, cólera e ignorancia. 
La mayoría de nuestras vidas están dirigidas por dichos venenos que equivocadamente consideramos cualidades útiles. 
Consideramos la codicia como intensa motivación. Consideramos la cólera como autoafirmación y fortaleza. Consideramos la inteligencia como la posesión de conocimientos.
Pero todo ello son autoengaños con los que nos defendemos. 
Estos venenos van tejiendo una red que acaban estrangulando nuestras vidas. 



CODICIA – Cuando nos domina la codicia cada vez necesitamos más para satisfacernos. 
Nunca nos basta con lo que tenemos. 
Vivimos nuestras vidas con el fin de acumular y almacenar cosas. 
Se come y se come sin cesar, no se saborea la comida ni se siente uno satisfecho. 
Somos como un hombre que, en medio del agua, está sediento y grita que le den de beber.


Hemos de aprender a saborear, degustar, absorber y digerir tanto nuestros alimentos como nuestras vidas. Disfrutando de cada bocado vamos necesitando cada vez menos. 
El bocado se torno delicioso.
Sin embargo, en lugar de saborear cada instante de nuestras vidas, se nos enseña a engullir, a acumular cuanto más mejor, sin importar cuánto cueste ni quien tenga que pagarlo. Se nos enseña a aferrarnos a nuestras posesiones y a llegar a sentir que ellas son nosotros mismos.


Perdemos el contacto con nuestras necesidades y naturalezas básicas. En consecuencia, estamos cada vez más hambrientos y desesperados, vamos queriendo cada vez más cosas. 
Este es el espíritu hambriento que siente que a fin de que su vida sea valiosa debe llenarse con todo tipo de cosas hasta que no quede ni una esquina vacía.

Hay que hacer todo lo contrario
Valorar profundamente el espacio vacío. 
Quitar las cosas innecesarias, regalarlas, limpiar el espacio, sentir la belleza original. 
Limpiar nuestros corazones y mentes. 
Eliminemos todo lo que no es esencial. 
Aquello que enturbia, oculta y esconde nuestra sencillez y belleza natural. 
Ignoramos donde está nuestro auténtico tesoro.  
Si nos roban nuestras posesiones nos sentimos como si hubiéramos perdido nuestro auténtico valor.


Desde un punto de vista psicológico, los deseos son intrínsecos a la vida y debemos aprender a obtener los medios adecuados para satisfacerlos. 
En realidad, muchas enfermedades psicológicas tienen su origen en la supresión y el rechazo del deseo. 
Para lidiar con ello surgen diversos mecanismos de compensación y pueden no ser saludables, como la simulación de síntomas, la sustitución fantástica, la frustración excesiva, el bajo control de los impulsos… 
Se cree que muchos síntomas son sustituciones del objeto deseado. 
En terapia, el paciente aprende a reconocer sus deseos, -conscientes e inconscientes-, a aceptarlos, a canalizarlos de manera constructiva y a recibir gratificaciones. 
Todo ello puede ser muy útil y edificante. 
Los deseos son fuerzas poderosas y deben ser reconocidos y tratados honestamente. 
Una práctica que suprima el deseo, que pretenda que no existe, o donde el individuo está por encima de los anhelos, se asentará sobre unos cimientos explosivos. 
Las energías inconscientes suprimidas acabarán emergiendo, causando grandes daños. 
Resulta vital reconocer la existencia del deseo y ser consciente de ello. Pero a partir de este punto la estrategia de la psicología y del zen difieren profundamente.


Desde la perspectiva zen, la auténtica gratificación nunca deriva de la satisfacción del deseo. 
Tal vez tenga un alivio temporal pero no la gratificación profunda que buscamos. 
Tan pronto como se satisface un deseo, hay otro que ocupa su lugar. 
La insatisfacción es permanente y deja a la persona más hambrienta que antes. 
Vivir de deseo en deseo crea un tipo de adicción. Nos hacemos esclavos de nuestros deseos y cuanto más los satisfacemos más queremos.


El estado de ausencia de deseos ha sido mal interpretado en la literatura budista. 
No significa aletargarse o desconectarse, sino todo lo contrario. 
Significa ser capaz de reconocer y colmar las necesidades auténticas naturales, según van manifestándose, sin permanecer apegados a ellas y sin anhelar más. 
Separa necesidad de deseo. 
Necesitamos cierta cantidad de alimentos, luz solar, agua, amistad. 
Pero muchos deseos no tienen nada que ver con nuestras necesidades, incluso nos separan de ellas y crean antojos irreales. Nuestras necesidades y compulsiones están tan mezcladas que nos resulta difícil distinguirlas.   
Pasamos por la vida, amigos, amantes, terapeutas, etc., como mendigos, implorando un poco de comprensión a nuestras penas.
No se pueden utilizar medios para obtenerlo todo lo que ansiamos.
La codicia no es un valor positivo. Ella nos llevará a la insatisfacción y a la desesperanza. 



Todas las formas son vacío.
Y el vacío es la forma.

Nuestro apego a uno u otro,
nuestra ignorancia creyendo que son permanentes,
es lo que crea el sufrimiento.

Es el pensamiento ilusorio acerca de que hay algo que ganar y que no debemos perder, lo que introduce el miedo en nuestro corazón.

Hay que mirar más allá,
Donde no podemos perder nada.
Cuando lo comprendemos el sufrimiento llega a su fin.



La vida humana en su forma condicionada, -no despierta, dormida-, está regida por el karma, una inacabable cadena de causas y efectos compuesta de nuestros pensamientos, palabras y hechos que se remonta en el tiempo.

Si una situación representa un sueño o un engaño, al saberlo, la dominamos. 
Deshacemos el poder que ejerce sobre nosotros al hacerla consciente.

Al no reaccionar contra ella y dejarla, recuperamos la energía que le habíamos dedicado y no permitimos que se siga alimentando.


No hacer nada es el mayor terror de la mente simiesca, porque le encanta luchar y estar siempre ocupada para sentirse viva. 

La acción sincera es la capacidad para estar presente, de ver, escuchar y responder al mundo real.
La acción sincera nos permite responder no reaccionar.
Permite que los sucesos nos hablen, en lugar de imponerles nuestra voluntad e interpretación.
El "no hacer" es vital y potente.
Encauza nuestras energías dispersas y nos refuerza. 
Requiere paciencia y confianza.




AMOR
El mayor dolor que todos soportamos es el de la separación, el de sentirnos no queridos y olvidados en un universo impersonal.

La mayoría de las relaciones se basan en el ansia de ser amados. No de ser amorosos, sino de ser amados, de tener el propio ego y el sentimiento de vanidad bien afirmados. 
Se trata de una búsqueda de aprobación y ratificación por parte de los demás que nunca nos parece suficiente. Cuanto más recibimos más aumenta el ansia.

Muchas de las experiencias que creemos como amor son falsas, no tienen nada que ver con el amor, como, por ejemplo: demandas, dependencias, posesividad, insuficiencias, control.
El deseo o ansia de otra persona conforman la base de muchas relaciones. Eso no es amor.
El anhelo por un alma gemela no es esencialmente por una persona, sino por poner fin al sufrimiento y a la soledad, por encontrarse a sí mismo.
Cuando el “amor” se convierte en una sustancia que debe proporcionar seguridad es un amor falso.

Lo que amamos en el otro es una fantasía y un sueño respecto a uno mismo, que no tiene nada que ver con el otro.

La vida cotidiana es lo contrario a la fantasía, siempre nos obliga a ser lo que somos y a ver lo que está ante nosotros.


Sabemos poco de cómo abandonar los pensamientos imaginarias y las falsas expectativas.

Cuando se experimenta el amor real -lo contrario del apego y de los espejismos- no es necesario rechazar a nadie ni a nosotros mismos.

El amor falsificado incluye la idea de que el amor es un sentimiento no una forma de vivir.  Existe una confusión entre excitación, dependencia, apego, posesión y la experiencia del amor.
En el amor real no existe rechazo ni sensación de separación respecto al otro o a nosotros mismos.
El amor real nunca descarta a nadie. Conoce y acepta la impermanencia y nunca intenta retener al otro.

Psicológicamente hablando, estamos formados para asegurarnos de que somos tratados por los demás con consideración y respeto.
 Si no sucede así lo consideramos perjudicial y dejamos a esa persona atrás. 
Esa manera de ser convierte a las personas en objetos a los que hay que usar para colmar sus necesidades personales. Eso es traficar. 




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