miércoles, 17 de abril de 2019

DESEDUCATE


DES-EDUCATE / Propuesta para vivir y convivír mejor.
Eva Bach y Pere Darder
(Recopilación de Joaquín Benito Vallejo)





Los seres humanos tenemos que educar nuestras emociones a lo largo de toda la vida y debemos tenerlas en cuenta en cualquier ámbito de nuestra existencia.

Cuanto menos tiempo tengamos para adentrarnos en el propio mundo interior, menos probable será que cuestionemos el sistema.

Hay que ser capaces de asumir las frustraciones como algo natural e inevitable, hacernos cargo de las propias acciones y emociones y asumir nuestra responsabilidad individual en la sociedad.

Somos manipulados de diversas maneras y a la vez se nos hace pensar que somos libres, porque podemos comprar una cosa o la otra, votar a unos u otros o no votar. Y se nos advierte que no podemos quejarnos porque vivimos en una democracia.

No reconocer nuestras necesidades profundas nos deshumaniza.
Tenemos que dejar de reproducir formas de vida que pretenden instalarnos en la comodidad a costa de renunciar a la plenitud humana.

Des-educarnos significa dejar de educarnos en los principios y maneras desencaminadas que imperan actualmente. 

La educación está desencaminada en cuanto no contribuye a formar personas felices, autónomas, responsables y solidarias. 

      La compartimentación de la persona y del conocimiento es un aspecto de la cultura que tenemos que deseducar. No podemos permitir que nos condicionen hasta lanzarnos a formas malsanas de vida y de relación, que nos llevan desde la angustia al pesimismo, el egoísmo y la violencia. Tenemos que desprendernos de muchísimas cosas. No podemos permitir que las directrices externas ejerzan una influencia sobre nuestras vidas como consecuencia del desconocimiento de nosotros mismos y de falta de criterio personal.

La desconexión de nuestro ser auténtico genera una ruptura entre nuestra parte biológica y nuestra parte social o ética. Hemos de reconocer que lo que da sentido a nuestra vida es el amor, que necesitamos al otro. La felicidad consiste en lo que soy capaz de sentir, valorar, ofrecer y compartir.


La educación no puede agotarse en la individualidad, tiene que conducir a la persona hacia la conciencia y el compromiso social.


La convivencia debe sostenerse sobre la solidaridad, valor fundamental para la vida colectiva, que no nace de las convenciones, sino de un sentimiento personal profundo de identificación con los otros. El ser humano tiene que ser capaz de utilizar su inteligencia para ir más allá de su dimensión biológica y hacer una aportación ética que contribuya a la convivencia. No me puedo preocupar únicamente de qué mundo quiero, sino, además, de qué mundo estoy construyendo para los demás, con mis actos y mis actitudes. 

¿Estoy dispuesto a escuchar y aprender de los demás? ¿Me preocupa cómo les afecta lo que hago? ¿Vivo centrado en mí mismo, y no me cuestiono ser más amable, atento, a las necesidades y sentimientos de los demás? Es imperdonable que no me ocupe de los problemas del mundo.

Tener un coeficiente intelectual elevado no es garantía de madurez. No garantiza la capacidad necesaria para relacionarse, amar, o implicarse en la construcción adecuada del entorno. La educación debe contemplar necesariamente esta premisa.

Las emociones superan ampliamente el ámbito personal, alcanzan las propias estructuras sociales y políticas. La educación emocional ha sido desatendida por las ideologías, desde el patriotismo a los ideales románticos o las religiones.

La emoción que ha de incorporarse a la educación es personal, interpersonal, social y ética.

Tenemos que conjugar pensamiento y emociones y traducirlo en acciones concretas que respondan a actitudes más evolucionadas.

Conocer para ser capaces de sentir y sentir para conocer y construir un mundo mejor con los otros.

La inteligencia emocional constituye la base de todas las demás y tiene que ser la base de la educación.

La convivencia hay que construirla sobre la solidaridad y ésta sobre la igualdad. Que tiene en cuenta las diferencias, pero no puede admitir determinadas jerarquías. En circunstancias diferentes somos iguales en dignidad, responsabilidad, debilidad, humanidad. Y somos interdependientes. Nos necesitamos mutuamente.
Igualdad, porque ambos somos capaces de convivir, sin situarnos uno por encima del otro, sin necesitar someter ni anular, asumiendo que hemos de hacer compatibles las diferencias.
Solidaridad como sentimiento de igualdad, que implica reconocerse a uno mismo en el otro, tan necesitado de atención y consideración. Sentirse parte del otro. Sin lo cual es difícil disfrutar, compadecer, participar, amar. Sentimiento que debe ser mutuo.

La educación ha de favorecer este sentimiento de comunidad para hacer posible la convivencia.

La cohesión ha de basarse en lo que se comparte, no en lo que nos diferencia. Ser catalán, católico, periodista, etc., no es lo importarte, sino reconocerse como personas.

Des-educarnos significa desprendernos de todo aquello que nos impide reencontrarnos: miedos, prejuicios, dogmatismos, apariencias.

La solidaridad es un valor. Para educar en valores conviene crear situaciones que faciliten la toma de consciencia, el intercambio, la creatividad, incluso la transgresión, que promuevan la integración del pensamiento, la emoción y la acción. No se trata solo de adquirir un vocabulario y aprender técnicas, la finalidad es partir de la propia humanidad para llegar al sentimiento de comunidad.
Para educar en valores hay que empezar por las propias emociones. La vida emocional es la base de la vida moral. Los criterios morales no pueden establecerse al margen de las emociones. El valor se asume plenamente cuando es comprendido y sentido.

Educar para la convivencia exige aprender a sentir, comprender, sufrir, disfrutar y a aprender expresar los afectos.
Educar para la paz es hacer crecer dentro de la persona el deseo y la responsabilidad de la paz.
Sentir el goce de la paz y la indignidad de la violencia latente o manifiesta. Y responder de forma no violenta ante las acciones de los demás.

Existen diferentes tipos de violencia: el insulto, el chismorreo, la agresión, el maltrato, y también, la violencia política, ideológica, económica, étnica, ecológica que son de suma gravedad.

Tenemos que des-educarnos porque muchas de nuestras creencias y maneras de actuar son erróneas y nos han conducido a la anestesia, a la infelicidad, a la confrontación. Los hábitos asentados actúan como barrera que nos impiden conectar con las emociones profundas que más nos pueden humanizar. 

Nuestros mecanismos de respuesta, estructuras mentales y formas de vida están marcados desde el comienzo por las reglas de la cultura dominante. Por ello, nuestras decisiones no son muchas veces nuestras, sino las que nos vienen marcadas desde fuera.

Deseducar implica en primera instancia tomar distancia de ciertas rutinas y tópicos y empezar a diferenciar lo que soy de aquello en lo que me he convertido por imperativos externos, separar lo que hago de lo pienso, las emociones que son mías de las que me han sido inculcadas.


Tenemos que deseducarnos para reencontrarnos. 





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