Amar al otro no
es querer al otro para mí.
Amar al
otro es quererle para sí mismo, para él.
Para que
él, el otro, se potencie como ser.
Como ser
distinto a mí, con sus propias características,
particularidades y distinciones, ajenas a las mías.
Amar al
otro, es posibilitarle ser él mismo, distinto a mí,
con necesidades distintas a
las mías.
Querer es
ante todo un acto de volición, un acto de voluntad
propio.
No es un instinto,
ni un capricho, ni un gusto,
ni una necesidad, ni una pasión arrebatadora.
Querer es un acto de voluntad, de consciencia,
de decisión, de madurez, de
racionalidad.
-En latín,
el verbo “volo” significa querer, y de ahí deriva
la palabra voluntad.-
La
voluntad es una potencialidad humana al nacer, que la educación,
el desarrollo y
la madurez han de convertir en una realidad.
Es querer
y poder hacer.
Una
potencia que ha de ser cultivada permanentemente
para que se manifieste como
una realidad.
Si querer puede
significar desear y más allá, poseer,
por el contrario, amar no puede
ser concebido de tal manera.
Amar no
puede ser en ningún caso, apropiarse del otro,
ni hacer del otro lo que yo
quiero,
sino darse al otro, darse a él, para posibilitarle ser,
no querer al
otro para mí mismo, no
poseerlo.
Si yo
quiero al otro no puede ser en el sentido de desearlo
ni de poseerlo.
El único
significado válido sería querer al otro,
en el sentido de desear que sea él
mismo,
que se tenga a sí mismo, que se haga a sí mismo.
Que sea
independiente y libre, distinto a mí,
según el desarrollo de sus
potencialidades.
Y como consecuencia
ayudarle a ser, a tenerse, a desarrollarse.
Estar a su
disposición en este sentido es darse a él.
Y en este
sentido, querer al otro o desearlo,
es querer o desear que esté conmigo por su compañía y por su ser.
Pero sin obligarlo, ni
poseerlo.
(Muchas personas –madres- pueden estar de acuerdo
teóricamente
con esto, pero ¿qué hacen en la práctica?
¿Potencian de verdad en sus
hijos, la realización libre de sus potencialidades, sin ejercer la posesión?)
Amar no es
buscar en el otro lo que nos falta a nosotros mismos,
no es pedir ni rogar, es
dar.
Amor es
dar-se, proteger, cuidar, respetar, es estar dispuesto,
disponible,
involucrarse, comprometerse en el desarrollo
y la libertad del otro, reafirmar
al otro como Ser,
como dice la haptonomía.
El amor
implica en 1º lugar el reconocimiento del otro como ser,
único,
intransferible, independiente, libre.
Que no lo
puedo usar para mi propio antojo,
que no lo puedo utilizar para mi
conveniencia.
Que no
puedo hacer de él lo que yo quiera.
Que no
puedo hacerle a mi imagen y semejanza.
Que no
puedo hacer de él un clon o una fotocopia mía.
Que no
puedo querer que sea mi sueño, mi ilusión, mi juguete,
lo que yo deseé para mí,
o lo que yo no pude ser.
Que no
puede ser lo que está en mi cabeza.
Por lo tanto,
que no utilizo el chantaje con él, ni la seducción,
ni la manipulación, ni el
engaño, ni la mentira,
con la excusa de que es en su propio bien,
sea un hijo,
un padre, un amigo, un amante u otra persona cualquiera.
El amor se
basa en concebir al otro como un sujeto libre e
independiente, no como un
objeto o cosa a mi servicio,
en cualquier caso, general o particular.
El amor no
se refiere a que los demás estén a nuestro servicio
y nuestro propio
beneficio, sino al contrario,
amar es ponerse al servicio de los demás.
Ello
entonces implica una serie de deberes y obligaciones
más que de derechos.
Estos –los
derechos- deben estar en correlación con los deberes.
En realidad,
conlleva un cuidado y un respeto mutuo.
Y este
cuidado y respeto, implica acciones para que se cumpla,
acciones como son la
responsabilidad y el compromiso permanentes.
El amor
debe ser dirigido más concretamente a las personas que más lo
necesitan; niños,
ancianos, enfermos, discapacitados, personas con
necesidades especiales,
moribundos, etc.
A los
hijos, familiares, amigos o personas en general,
profesores, alumnos, pacientes…
De manera
especial y preponderante se refiere a las relaciones de padres
a hijos
pequeños, de parejas entre sí, de hijos a padres mayores,
de médicos a
pacientes, de profesores a alumnos,
hacia enfermos, moribundos, y personas con
necesidades especiales.
Y, por lo
tanto, debe dedicarse también a inmigrantes,
desplazados por guerras o hambres.
El amor no
reconoce fronteras, ni patrias, ni razas.
Debe
dedicarse también a personas que sufren injusticias, acosos,
tratas,
esclavismos, violaciones y los mil modos existentes y camuflados
de manipulación y
de explotación de mujeres, niños, trabajadores,
olvidados de la tierra.
La
concepción del amor no se dirige a la posesión de una o unas
personas determinadas sino a su respeto, su protección y su
cuidado.
El amor a
los otros, su cuidado y protección con respeto,
responsabilidad y compromiso se
basa en el amor a la vida y
a la naturaleza, y conlleva el amor a toda la
humanidad,
-como nos dice E. Fromm- incluso de las especies animales
y vegetales, el
respeto y cuidado de la naturaleza o medio ambiente que
nos ha dado la vida y
del que formamos parte.
El respeto
y cuidado de todo lo que nos rodea y que forma parte
de nuestro medio de interrelación entre
unos y otros.
Podemos definir el amor como una
unión, vínculo, ligazón o afecto, de unos con otros, de origen innato a la vez
que cultivado, necesario en primer lugar para crecer y llegar a ser humanos y
en general, para vivir y desarrollarnos mejor, sanos, felices, íntegros,
independientes.
Esta predefinición nos lleva
e implica estar disponibles para los demás, ser responsables, comprometidos
unos con otros.
Dicha exposición si se considera
cierta, nos confiere unos “derechos” que implican a su vez otros “deberes”
los cuales están entrelazados y entretejidos unos con otros.
El amor
implica como derecho incontestable fundamental del ser humano: el derecho
a su reconocimiento, por la consolidación racional de su existencia y por la
confirmación afectiva de su ser desde la concepción, nos dice la haptonomía.
Las
cuestiones de la felicidad humana, de la tolerancia de las diferencias, y de la
facultad de desarrollar plenamente la matriz de su ser con todo su potencial
creativo, de las condiciones de la responsabilidad y del placer en los
encuentros interhumanos se sitúan en el centro del amor verdadero, y de las preocupaciones
de la haptonomía,
Esa unión o
vínculo llamado amor, establece un estado interno de seguridad de base, vital
para el ser, a través de “contactos de proximidad
tranquilizadora y de confirmación afectiva, que con el trato afectuoso reafirma
al otro en su ser” nos vuelve a decir la Haptonomía.
Esta
seguridad de base mediante el contacto y la proximidad puede verse claramente
en el niño, pero también en el anciano, o en el enfermo de una cierta gravedad
y en el moribundo, en la persona desprotegida, frágil o débil. Es la seguridad
y el cuidado del que habla la teoría del apego y que puede observarse también
en los animales –no solo mamíferos, sino aves también- manifestándose en que
las crías se mantienen cerca de los padres, como una necesidad de protección
innata, y se cobijan en ellos cuando lo necesitan.
Adquirir una
seguridad de base invita y lleva a la autonomía, la comunicación y la
confianza.
El
desarrollo afectivo es por esta relación confirmante, fundamental y
determinante para llegar a ser una persona autónoma.
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